Al percatarme que este artículo saldría publicado el 24 de diciembre, en que todos (perdón, no todos) nos preparamos con emoción para encontrarnos con la familia en la celebración de la Noche Buena, sentí la necesidad de contarles la historia de 2 hermanos: Pedro y Elena. Ellos durante su niñez, adolescencia y juventud tuvieron vestidos adecuados, buen colegio, suficiente comida y otras cosas de personas de clase media. Pero vivieron estas etapas con padres y familiares ausentes. Se criaron los primeros años con su abuela y posteriormente en internados y casas-pensiones. Estudiaron con éxito la Primaria, la Secundaria y la universidad. Llegaron a ser buenos profesionales, ciudadanos y padres de familia. Las buenas notas y diplomas las compartían con algunos amigos. Pedro comenta que no recuerda que en su Primaria y Secundaria citaran a los colegios a sus padres o apoderados; es más, cuenta que su libreta de notas “siempre azul” de la Secundaria (en un plantel religioso) era firmada por un amigo entrañable de su edad.

Durante sus cumpleaños, fines de semana, feriados y otras ocasiones, los dos hermanos estaban juntos algunas horas y el resto del tiempo cada uno iba por su lado. En ese poco tiempo generalmente compartían la mesa y sus vivencias; pero, después venía la soledad a la que estaban acostumbrados; que, como refiere Elena, era a veces muy dolorosa.

Ambos cuentan que generalmente las conmemoraciones de Navidad y Año Nuevo, a las 12 de la noche, las pasaban durmiendo, pues los compañeros de las pensiones e internados viajaban a compartir estos días en provincias con sus padres o con sus familiares en casas de Lima.

Que en estas fiestas en que muchas veces prevalecen los regalos, las vestimentas y las comidas, valoremos la importancia de la familia; despleguemos nuestros afectos y demos gracias de estar juntos… muy juntos.

Que hoy en la noche buena haya menos “Pedros y Elenas”. Feliz navidad para todos.

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