No debemos pasar por alto el hecho de que solo el 32% de peruanos confiesa sentirse feliz, habiendo caído 26 puntos respecto del año pasado (58%), según la encuesta Global Happiness 2020. Y, como sentencia la frase viral del vallejiano César Acuña, “un hombre es feliz cuando logra su felicidad”. O como dijo Borges, disculpen ustedes la osadía de anexarlos, “he sospechado alguna vez que la única cosa sin misterio es la felicidad, porque se justifica por sí sola”.

Vamos al grano: el caldo de cultivo de esta creciente infelicidad está compuesto por las crisis sanitaria, social y política que, a decir de Manuel Saravia, director del Instituto Guestalt de Lima, han afectado la salud mental de nuestros compatriotas. Y cómo no si, en el tema Covid-19, somos uno de los países con las peores cifras; el pueblo ya no quiere que le regalen pescado, sino aprender a pescar, y nuestras autoridades solo se dedican a producir animadversión.

Un dato muy importante del estudio es que, en Perú y el resto del mundo, los motores de la felicidad son ahora las relaciones (mi pareja o cónyuge y mis hijos), la salud (mi bienestar físico, sentir que mi vida tiene sentido) y la seguridad (mis condiciones de vida). Y la novedad de esta “normalidad” en tiempos de pandemia es que el poderoso caballero don dinero y el tiempo han perdido protagonismo como motivos de alegría. Hoy la plata ya no lo compra todo.

Se impone el mea culpa entonces: que el coronavirus no se disemine más, que continúe la reactivación económica para que haya más chamba y que la clase política salga del submundo en que ha caído y coadyuve a la gente a comprarle a la vida cinco centavitos de felicidad. Las elecciones de 2021 pueden ayudarnos en el cometido.