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Desde su creación en 1991 por el Tratado de Asunción, el Mercado Común del Sur (Mercosur) se convirtió por sus volúmenes en el mayor bloque de integración regional sudamericano. Contando con el peso del Brasil, entre sus seis miembros -los otros son Argentina, Paraguay, Uruguay, Venezuela y Bolivia-, este importante bloque que constituye la quinta mayor economía del mundo no ha podido evadir el lastre de la ideologización desde que fuera incorporado Venezuela, en 2006, en tiempos de Hugo Chávez. Desde entonces, el bloque se ha mostrado penosamente politizado, produciendo en los últimos tiempos una erosión en las relaciones entre sus miembros. En estos momentos soporta una crisis donde la mayoría de sus miembros cuestiona la Presidencia de Venezuela por la gravedad de su coyuntura político económica y para nadie es un secreto que la Argentina de Mauricio Macri se ha convertido en la oposición más pétrea contra el régimen chavista de Nicolás Maduro. Siendo como el agua y el aceite, las incompatibilidades sustantivas entre ambos países impide la mejor marcha de Mercosur. Es probable que la diplomacia venezolana mantenga su posición de aferrarse a una presidencia que más bien debería emanar de un acto consensuado entre los Estados miembros. Sin que Argentina soslaye la gravitación de Mercosur para su economía -Brasil es vital para Buenos Aires pues gran parte de su comercio es dependiente del gigante sudamericano-, el presidente argentino no pierde tiempo y ha decidido multilateralizar la proyección económica externa de su país, por lo que no ha ocultado sus intenciones de interesarse por bloques como la próspera Alianza del Pacífico. El Mercosur, camino de llegar en poco tiempo a los 300 millones de habitantes, requiere de una necesaria reingeniería para no desvirtuar sus objetivos fundacionales. Una crisis por la determinación de su Presidencia deberá ser resuelta por el consenso. Es lo esperado.