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El castigo electoral de Mauricio Macri en Argentina no debe entenderse como el rechazo a los gobiernos liberales o de derecha. No. Esa es una lectura limitada y prejuiciosa de la realidad. Lo único cierto es que las poblaciones no están dispuestas a asumir el activo de ajustes fiscales que no solucionan sus problemas concretos. Por tanto, no es verdad que haya vuelto la izquierda latinoamericana que propugnó las banderas de la ideología marxista de los años sesenta y setenta. A la gente de hoy sencillamente no le interesan las ideologías políticas. Quieren soluciones reales a sus problemas del día a día, que nadie resuelve. Eso significa que se han vuelto pragmáticas. Si un gobierno no funciona -por ejemplo, el de Macri o el de Peña Nieto en México-, le bajan el dedo y eligen otro. Piñera en Chile ha debido cambiar a todo su gabinete -ese ha sido el sacrificio político más inteligente que he visto de un político en la región- para corresponder al pedido de cambio de los chilenos. Si hubieran querido acabar con el presidente derechista, las manifestaciones populares en estos momentos continuarían en todo el país. La gente pide a gritos una verdadera redistribución de la riqueza, y para hacerlo no es necesario ser de derecha o de izquierda. Es verdad que las movilizaciones de la izquierda no han sido gratuitas. Muchas de ellas, harto manipuladas -el Foro de Sao Paulo, por ejemplo- para continuar en el poder (Evo Morales en Bolivia) o para conseguirlo, han vendido su alma a la desestabilización. Por una ironía del destino político de nuestros países, donde nadie sabe para quién trabaja, la misma izquierda latinoamericana que llevó adelante medidas populistas y asistencialistas, que a la postre generaron una bomba de tiempo en Sudamérica y que acaban de estallar, es la que descaradamente imputó a los regímenes de derecha -el de Macri, el de Piñera y el de Lenín Moreno en Ecuador- sus errores porque estos decidieron afrontar ajustes para superar los enormes forados dejados. Así es la política, donde para mantener o conseguir el poder -debo aceptarlo- la moral no importa, solo los resultados o las soluciones.