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Algo que se veía venir -como popularmente se dice- es la serie de protestas o marchas ciudadanas contra la labor del Gobierno central en la reconstrucción con cambios. Pero, tengan frutos o no, las movilizaciones deben interpretarse como una expresión de la rebeldía y la impaciencia frente a la desidia.

En pueblo piurano, por ejemplo, tiene la fama de pasivo, de “chuncho”, de no quererse comer pleitos por las puras. Pero todo tiene un límite. Así, el hecho de que no encuentre en sus autoridades locales y regionales eco a sus quejas para vivir decentemente ha originado que busque cabezas en Lima.

Han habido marchas en Piura, Sullana y Talara, pero no por un aprovechamiento político, como suele ocurrir con las manifestaciones públicas, sino porque la población está cansada de la carencia de liderazgo del gobernador regional Reynaldo Hilbck y de sus respectivos alcaldes provinciales.

La gente ya se hartó de esperar que sus autoridades saquen la cara y enfrenten a los ministros de Lima para que aceleren las obras de reconstrucción. Como también se fatigó de despertar cada mañana frente a la noticia de que algunas constructoras ganadoras han recibido una “ayudita” de parte de quienes manejan los presupuestos.

Las autoridades locales y nacionales deben agradecer que las fiestas de fin de año mantendrán ocupados a los pobladores, pero, una vez llegada la resaca -enero y febrero-, hay una gran posibilidad de que la frecuencia de las protestas se incremente, peor aun si llegan las lluvias de verano.

Piura necesita atención con urgencia, su gente está haciendo una llamada pacífica a los responsables de mejorarle la vida. No esperen a que la sociedad civil pierda toda esperanza y busque otra manera de hacerse escuchar en la capital.