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La historia de Víctor Martín es particular. Por las noches hacía la tarea escolar bajo la luz de un poste en una calle de Moche, un distrito trujillano de la región La Libertad. Transcurría su vida en penurias, aunque él la consideraba normal. Tampoco nadie le dijo lo contrario. Hasta que su interés por el estudio llegó a los medios de comunicación.

En realidad, previo a que conozcan a Víctor Martín, nadie en su pueblo se detuvo para brindarle un apoyo. El alcalde Arturo Fernández recién apareció para las fotos cuando el empresario Yaqoob Yusuf Ahmed Mubarak, del Reino de Bahrein, vino a brindarle una ayuda económica y moral al pequeño del colegio estatal Ramiro Ñique.

Sin minimizar a este alumno, su historia se repite en varios rincones del país donde el Estado brilla, pero no por su luz, sino por su ausencia. Miles de alumnos padecen carencias en unos colegios que se caen a pedazos ante la indiferencia de quienes deben ofrecerle el mejor de los servicios. Pero eso no es todo.

Quien acompañó al empresario árabe era un mexicano. Este último contaba en una entrevista que, una vez visto el colegio de Víctor Martín, Ahmed Mubarak había decidido apoyar en su reconstrucción, así como en la implementación de su sala de cómputo. Lamentablemente, el Ministerio de Educación le había prohibido meter un sol en sus aulas.

El centro Ramiro Ñique está dentro del paquete de obras de la reconstrucción por el fenómeno El Niño costero. Por lo tanto, solo queda esperar que el Estado se haga cargo. Y este plazo recién se acaba en un par de años. Mientras tanto, Víctor Martín seguirá estudiando en malas condiciones.

Apenas hace unos días, el viceministro de Educación llegó al mismo colegio Ramiro Ñique y salió pifiado al afirmar que no se podrá reconstruir todo el plantel, sino solo una parte. Es decir, este es un Estado mismo perro del hortelano, que no construye ni deja construir. Esa burocracia del Estado es la que le hace daño al país. Ojalá cambiemos.