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La movida por la censura al ministro de Educación se salió de control y escaló a la dimensión de crisis de gobierno. Lo que pudo terminar con un discreto cambio ministerial, el Presidente lo convirtió en una cruzada. Y al final, ni la bancada oficialista ofreció mínima pelea en defensa de su postura.

A este error, se sumaron otros. El Presidente salió en televisión nacional a pedir al Congreso reconsiderar su actitud. También apareció en un programa dominical admitiendo que no le obedecen en su bancada. Si a esto le añadimos el corifeo de la prensa proSaavedra más las redes sociales, todo esto no hizo más que generar una percepción de crisis mayúscula de gobernabilidad.

Sin embargo, pienso que no hay una crisis. No aún. El Presidente tiene que pensar fríamente, atemperando la derrota de perder a su ministro favorito, y comprender que todavía tiene mucho juego si mueve bien sus piezas y desoye el murmullo caviar que le canta al oído. Poner en un ministerio como Educación -que ahora se ha politizado mucho- a alguien que continúe la huella de Saavedra, le asegurará más episodios como el vivido recientemente. Será una provocación. Lo sensato y audaz es poner a alguien con liderazgo, ascendencia con la oposición, destreza política y experiencia. Y tiene al hombre: su vicepresidente Martín Vizcarra, quien reúne estas condiciones y más. Es de su total confianza, impulsor decisivo de su triunfo electoral y hombre de partido. Además, uno de los pilares de su éxito como gobernador regional fueron precisamente sus logros en materia educativa. Y es percibido como muy pragmático, aunque sí político, lo que en este escenario, le pone paños fríos a un candente momento. Vizcarra podría convertirse en el nuevo Martín que junte a perro, pericote y gato en aras de la gobernabilidad. ¿Se nos hará el milagro?

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