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Todavía es proyecto, pero será realidad: Nueva York es la primera ciudad del mundo que aprueba el derecho de la persona humana a poder contar con la identidad de género que le parezca. En realidad, se trata de una ventana abierta para aquellos que no se sienten estructuralmente del sexo biológico con el que vinieron al mundo: hombres que no se sienten hombres y mujeres no se sienten mujeres. Seamos claros: estamos hablando de los derechos de los homosexuales para ser reconocidos como tales, y no tener que optar por las dos únicas posibilidades que la vida mortal en la que estamos les ha dado como únicas alternativas. Esto último me parece injusto. La naturaleza humana es superior en su estado que los caprichos de una vida protocolizada y ordenadora sin excusas. El mundo ha cambiado y las visiones conservadoras también deben hacerlo. La homosexualidad no es una enfermedad, tampoco una anomalía de la personalidad. En su construcción intervienen factores biopsicosociales. No hay nada peor y más trágico que negarlo.

Históricamente, la carga negativa contra la homosexualidad ha dominado a las sociedades humanas, privilegiando los prejuicios de un mundo en gran parte hermético y pétreo en su desdén hacia quienes no quieren ser hombres siéndolo biológicamente, o mujeres también en esa circunstancia. Los homosexuales son personas humanas y merecen ser respetados en toda la dimensión de su condición y calidad humanas, porque tienen dignidad como cualquier heterosexual que muchas veces se expresa como un ser con menos moral o penosamente inmoral. No identificarse con el sexo que los constituye somáticamente es un derecho. Para no atropellar las relaciones humanas constituidas, según las normas jurídicas, es necesario que se den nuevas normas de derecho que los reconozcan. Así, se producen derechos armonizados con la ley y eso no es ningún atropello de nada. El papa Francisco es el pontífice que ha llegado más lejos para reconocer la dignidad de las personas homosexuales, dado que fue un obstáculo muy grande en la historia de la Iglesia. Todos deberíamos hacerlo.