La ola anticlerical que ciertos diarios promueven contra el cristianismo que profesa la mayor parte del pueblo peruano (tal vez eso explica el fracaso en lectoría de dichos diarios) ha encontrado hace poco un nuevo argumento para solazarse. Como es consciente de su pequeñez electoral, la Pasionaria francesa Verónica Mendoza, un cadáver con epilepsia, ha decidido colgarse del tema de la supuesta “millonaria” subvención del Estado a la Iglesia para exigir que el dinero de los contribuyentes se emplee en “mejores causas sociales”.

Estos devaneos progresistas serían tan insignificantes como la candidatura de Mendoza si no fuera porque ciertos liberales de manual (neoinstitucionalistas de cafetín) y los miembros conspicuos del lobby gay han decidido comprarse el pleito e intentar igualar a todos si no por arriba, entonces por abajo. Lo que en el fondo pretenden nuestros liberales de bragueta no es garantizar los derechos de todos por igual, sino imponer la agenda de un lobby gay organizado que busca destruir la influencia del cristianismo en nuestra sociedad porque no soporta la buena doctrina y prefiere plegarse a maestros hechos “a la medida de sus pasiones”.

Despotricar contra la Iglesia es el salvoconducto, la partida de bautizo, el sello bestial de la progresía. Sin embargo, cuando los caviares critiquen la mínima subvención a la Iglesia Católica, los cristianos rápidamente tenemos que contestar con una verdad como un puño: el catolicismo es una vid de fruto abundantísimo y todo lo que la Iglesia recibe lo multiplica por mil, por un millón. En el Perú, la Iglesia Católica es el verdadero Ministerio de Inclusión Social y ninguna ONG es digna de atarle las correas de sus sandalias. La esterilidad de los liberales de clóset y de los caviares de salón contrasta con el fruto abundante y pleno de una Iglesia que siempre ha forjado, forja y forjará lo mejor de la Peruanidad.