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No es la primera vez que se consigue el alto el fuego en Siria, donde el conflicto es la regla. Los esfuerzos para que las diplomacias estadounidense y rusa se pongan de acuerdo tuvieron una luz al final del túnel. Luego del reciente fracaso en el marco del G20 en China, más ha podido la sangrienta realidad en Damasco que los indoblegables intereses de las dos potencias. Los muertos que ha dejado la guerra interna en este país árabe están llegando a los 300 mil y esa cifra por sí misma es un espanto mayúsculo que la comunidad internacional hasta ahora no ha podido detener. Los actores visibles de Washington y Moscú, esto es, el secretario de Estado, John Kerry, y el ministro de Exteriores, Serguéi Lavrov, respectivamente, el último sábado pactaron la tregua en Ginebra, pero sin aires de que sea un franco y decidido proceso hacia el final del conflicto. La ayuda humanitaria durante el tiempo de la tregua por obvias razones se ha incrementado, pero lamentablemente tiene caracteres finitos, que es lo que más preocupa al mundo. La ONU cree que este contexto debería allanar el camino para que en octubre próximo pueda comenzar un franco proceso de negociación. En Ginebra, entonces, deberán mostrarse las intenciones de querer o no llegar hasta el final, que es la paz permanente. Nadie sabe qué pasará luego de este efímero lapso humanitario. Uno de los puntos más duros de la negociación es el futuro del dictador Bashar al-Assad, que Rusia protege incondicionalmente, pero que EE.UU. hace rato quiere ver fuera del poder. El más beneficiado con la ausencia de acuerdos sustantivos sobre el futuro de Siria, sin duda, es el Estado Islámico, que ha logrado un importante clima de desestabilización interna. Las verdaderas intenciones de Washington y de Moscú serán más visibles próximamente, pero ninguno de los dos debería considerar a sus pretensiones por encima de la paz en ese país violentado.