En los últimos días, me ha sorprendido el uso del concepto de “legitimidad” en la gestión de Dina Boluarte como argumento a favor de su resistida renuncia. Me causa extrañeza, digo, que voces sensatas como las de la exministra Marisol Pérez Tello, el excongresista Víctor Andrés García Belaunde o el actual legislador Carlos Anderson coincidan con la agenda de los más radicales del país, muchos de los cuales estuvieron en la “Toma de Lima” y cuya mayoría coquetea con la anarquía o con el interés político para obtener beneficios particulares. ¿Es la legitimidad un argumento para defenestrar cargos públicos en el país? Debería serlo, pero aún estamos lejos de ello.
El alcalde de Trujillo, Arturo Fernández, es un sujeto misógino y destemplado, un bárbaro que ametralla con el insulto y abusa de la difamación, pero solo con una sentencia del Poder Judicial, pese a sus insolencias, podría ser vacado. Sin ir muy lejos, el actual defensor del Pueblo, Josué Gutiérrez, electo por el Congreso, asumió el cargo con un sello de descalificación sobre la frente. Ser abogado de Vladimir Cerrón o lamesuelas de Nadine Heredia lo hacían un indeseable para una función tan especial pero hoy, pese a todo, nadie podría atreverse a señalar que hay una razón válida para que sea expectorado. Otro aspecto es el cristal con el que se mide la “legitimidad”.
Nadie lo esbozó contra Francisco Sagasti como sí se hizo con Manuel Merino de Lama. Los ejemplos abundan pero está claro a que todo apunta a que estamos sobredimensionando nuestra precaria democracia y, con ello, le hacemos el juego a los desadaptados, los izquierdosos, los resentidos y revanchistas.
Es peor el remedio que la enfermedad. Someter el país a una nueva vorágine electoral es reabrir la feria de malandrines en la que se ha convertido la política nacional y que las cortinas de la improvisación se muevan al son de los vientos extremos. Es cierto que el régimen de Dina Boluarte tiene mucho que mejorar, pero haríamos bien en no sabotearlo -con los ojos abiertos sobre cualquier indicio de corrupción- en vez de arrojarle venados a los leones.