Era un pueblo en un lejano desierto, cruzado por un río seco que cada cierto tiempo parecía loco, pues se desbordaba y causaba daños. Sus habitantes, campesinos en su mayoría, sufrían al tener que volver a construir lo que tanto esfuerzo les costó avanzar. En uno de esos repetidos eventos, los jefes de la tribu acudieron al emperador para pedirle que les devolviera una parte de los tributos que aportaban al imperio para reconstruir su pueblo. Contra todo pronóstico, los delegados por el emperador les presupuestaron 1317 millones de denarios para reconstruir varios valles, lo que era una cifra muy elevada para los cálculos que los indios locales habían hecho para solucionar los problemas. Impresionados por tan repentina generosidad, preguntaron a los delegados a qué se debía tanta hermosura. “Hay plata y hay que gastarla muy rápido, pero con una condición, que los trabajos se hagan como nosotros les indicaremos y no como sugieren los lugareños”. Algunos miembros de la tribu se opusieron, pero finalmente, el emperador consiguió el respaldo de algunos líderes locales de la tribu y se impuso. Y así pasaron los años, nuevos eventos demostraron que el derroche de los millones de denarios fue inútil, pero seguía el misterio sobre qué motivó tanta generosidad. Hasta que un viejo agricultor, al despertar de una siesta bajo un algarrobo, tuvo una revelación: 15% era lo que los constructores le devolvían a la gente del imperio, pero en este tipo de trabajos, rápidos, de movimiento de tierras y que en gran parte no se hacen (solo figuran en los papeles), llegan a devolver hasta 30%. Cuando el viejo le contó a sus amigos lo que había soñado, lo escucharon en silencio y pensaron: “Otra vez esta leyenda del 30%, todo porque los anteriores emperadores están presos o buscados por la justicia por corrupción, viejo mal pensado”.