Alejandro Toledo ha caído en el descrédito nacional e internacional y está a un paso de la cárcel. No por ello puede perderse y menos banalizarse la digna lucha, sostenida y prolongada, que libramos muchos peruanos decentes contra la corrupción de la dupla Fujimori-Montesinos y por la recuperación de la democracia. La situación jurídica de Toledo no se debe a ninguna venganza por haber liderado la Marcha de los Cuatro Suyos, fue una gran gesta nacional que no es ni será un cuento. 

Hablamos de la manifestación política no electoral más grande de la historia. La que congregó a miles de peruanos llegados de todos los rincones al Paseo de la República ese 27 de julio del 2000 para protestar contra Fujimori y su ilegítimo tercer mandato. Las calles de Lima se llenaron de todos los rostros, de todas las voces y de todas las banderas, cantando y agitando lemas con la demanda: “¡Democracia, ya!”. Llegaron a pesar de todas las trabas y amenazas y de la feroz represión militar y policial. 

}La Prefectura nos negó el permiso y la seguridad para impedir esa gran noche que vivimos como el clímax del trabajo de una larga década durante la cual Alejandro Toledo no estuvo presente. Se puso la vincha y la lideró porque era la única candidatura democrática que quedaba. Alberto Andrade y Lucho Castañeda habían quedado en el camino, destruidos por la insidia de Montesinos, la televisión comprada y los diarios chicha.

Que Alejandro Toledo haya preferido los millones de Odebrecht al liderazgo histórico que providencialmente cayó en sus manos no desmerece la honestidad, la dignidad y el sacrificio de quienes luchamos contra los atropellos políticos y legales de la dupla siniestra. Quienes apuestan por la desmemoria pueden alentar que hoy los fujimoristas se coloquen en balcón como oportunos moralizadores. No estamos en ese grupo.