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El 16 de julio de 1984, Sendero Luminoso perpetró la matanza más grande de su historia. En una escena que vendría a ser brutalmente familiar, murieron -a pedradas, machetazos y disparos- más de cien personas en la comunidad de Soras y sus anexos, en Ayacucho. Había niños, mujeres, hombres y ancianos.

El 16 de julio de 1992 explotó en la calle Tarata, en Miraflores, un coche bomba con cientos de kilos de anfo y dinamita. Todos conocemos esa imagen. Murieron veinticinco personas y más de cien fueron heridas.

Solemos hablar mucho de la importancia de generar una memoria colectiva para sanar como país. Estoy de acuerdo. Pero algo no está saliendo bien. Quienes nacimos en los 90 tuvimos la peculiaridad de hacerlo en un país libre de las entrañas del terrorismo, pero aún marcado por los vestigios de un pasado demasiado fresco. Crecimos en paz, pero sin entender muy bien la forma del fenómeno que había revuelto al Perú unos años antes. No se puede fallar en generar memoria en quienes no la tuvimos. La indignación, el dolor y la memoria tienen que ir de la mano con el entendimiento.

¿Por qué? Pues porque quien dirigía el miserable “colectivo de la muerte” que salvajemente devastó Soras es Víctor Quispe Palomino, el “camarada José”. Hoy él está al mando del Militarizado Partido Comunista del Perú en el Vraem, y sigue cobrando las vidas de nuestros uniformados cada par de semanas.

Porque Martha Huatay, quien estuvo a la cabeza de Socorro Popular, un organismo clave dentro de la organización de Sendero Luminoso en Lima -y a quien sus propios camaradas han implicado en el atentado de Tarata-, hoy está libre. Te la puedes encontrar mañana comiendo un helado.

Dime una cosa: ¿La reconocerías?