Pocas novelas reflejan la condición humana como una de las obras maestras de Tolstoi: “La muerte de Iván Ilich “. El hombre, cuando se enfrenta a la muerte, adquiere plena conciencia de adecuada son las prioridades de la vida. El hombre que contempla la muerte aprende a vivir, si recibe una segunda oportunidad. El personaje de Tolstoi dedicó toda su existencia a una vida burguesa y liberal, escogiendo, por encima de la verdadera felicidad, la vana acumulación de cargas y bienes materiales. Vanidad de vanidades, todo es vanidad. Si los Evangelios ya nos hablan de la futilidad de todo lo que ofrece el mundo, la pluma del genio ruso presenta ante nuestros ojos un caso concreto, la agonía de un pobre burócrata que solo aspiró a satisfacer su pequeña ambición personal.
¿cuantas veces confundimos las estrellas con luces de neon? Iván Ilich descubrió al final de su vida que el empleado había lo mejor de sus fuerzas en mantener las apariencias sociales, en cultivar las formas, en arar en el mar. Lo verdaderamente trascendente, aquellos momentos de auténtica felicidad solo podrían encontrarlos mirando en el pasado, escudriñando en su niñez y juventud. ¿Cuántos Iván Ilich caminan por el mundo sin conciencia plena de su destino? ¿Cuántos temen preguntarse si están dónde deben estar, si dedican el tiempo a lo que de verdad tienen que hacer, si están dispuestos a hacer realidad lo que siempre soñaron? El ser humano, criatura única con capacidad para soñar, tiene una vocación concreta, y solo respondiendo a esa llamada encontraremos la auténtica felicidad.
Gran lección nos deja esta novela. No esperemos cruzar el umbral de la muerte para hacernos las grandes preguntas que dan sentido a la vida.