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Los audios que involucran a jueces supremos, superiores y miembros del Consejo Nacional de la Magistratura (CNM) -difundidos por Panorama e IDL-Reporteros- representan el golpe mediático más contundente contra la judicatura desde los años del fujimontesinismo y exponen la necesidad de una reforma urgente, largamente postergada, justificada en una realidad que todos sabíamos que existía pero que carecía de pruebas fehacientes. La pregunta ahora es: ¿todo el sistema está podrido o constituyen estos solo aislados bolsones de corrupción? Habría que seccionar aquí el cadáver de la oscura figura de la degeneración y dividirla en dos: CNM y Poder Judicial. En el primer caso, ese consejo no da para más. Está claro a estas alturas que la elección de Orlando Velásquez queda deslegitimada y que de sus adláteres poco queda por rescatar. La salida a esta vorágine de podredumbre pasa por una nueva forma de elección de jueces y fiscales, a través de un nuevo ente, con miembros intachables y un sistema de estreno. Aquí sí vale el que se vayan todos; de este CNM no puede quedar piedra sobre piedra. ¿Cuánto tomará esto? Lo que sea necesario y no será fácil. El nuevo sistema debería empezar entonces la tarea titánica de revisar la idoneidad de toda la judicatura en busca de un renacimiento apoyado en la propia independencia de esta nueva administración. El tema a partir de aquí será cómo resolver la encrucijada de una reforma ajena a los intereses políticos. Se abre toda una paradoja. En cuanto a los jueces implicados, lo del Callao es espeluznante y amerita una intervención impostergable. ¿Por qué no la aprobó ya la Corte Suprema? Paralelamente, la ley debe activar los mecanismos para separar de sus cargos a jueces como César Hinostroza, visitante esporádico -o continuo- de la señora “K”. La justicia vive sus propios “vladivideos” y, desde la fetidez de lo putrefacto, le toca empezar ahora el camino de su resurrección.