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La Navidad es el acontecimiento más trascendente de la cristiandad, y su envergadura ha concitado la atención mundial a través de los tiempos. El nacimiento de Jesús fue el punto de quiebre de la sociedad internacional del mundo antiguo, marcando cronológicamente el antes y el después para toda la civilización occidental y de otras partes del planeta. Es verdad que el cristianismo no cuenta con el mayor número de fieles, pero lo es también que es una de las religiones históricamente más universales. Aunque no hay credo más importante que otro, resulta incuestionable que el cristianismo es el más transversal de todos. Lo voy a explicar. Jesús, más allá de ser Dios y hombre para los católicos, fue el mayor revolucionario de la humanidad de su época, y su inobjetable protagonismo se hizo visible en un mundo donde la desigualdad entre las personas (esclavitud) fue legitimada formando parte de la normalidad de aquella sociedad a la que cuestionó y enfrentó proclamando la igualdad entre los hombres, e insertando en el pensamiento internacional los conceptos de amor al prójimo y la caridad, totalmente ausentes en la escala axiológica de la sociedad en que nació y vivió. Vino al mundo en un pesebre, legando a los pueblos la humildad, otro valor también inapreciable en su tiempo. La Navidad ingresó al derecho internacional siendo apreciada como el mejor momento para la paz, coadyuvando a promover las treguas y el final de las guerras. Los peruanos, además de los especiales momentos intrafamiliares que vivimos en este día, superando nuestras diferencias para privilegiar nuestro destino nacional común, en lo inmediato y en conjunto, tenemos tres motivos centrales para que hoy, como la gran familia peruana que somos, festejemos un día de paz, unidad e integración nacional: haber superado unos días de crisis interna que pudieron provocar estragos en el país, celebrar nuestro retorno al máximo torneo mundial de fútbol y advenir nuestra preparación ante la inminente y privilegiada visita del papa Francisco. ¡Feliz Navidad 2017!