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Desde que Jesús de Nazaret entró en la historia de la humanidad por su nacimiento, el mundo -principalmente el de Occidente- tuvo su propia agenda. Ello explica por qué razón contamos su venida al mundo como el año 1 y, a partir de ese momento, para referirnos a los años posteriores agregamos la abreviatura “d.C.” que significa “después de Cristo” y gran parte de los eruditos, teólogos, artistas, etc., para temporalizar sus aportes o producciones relievaron la frase “Era cristiana”. La sociedad internacional en el momento del nacimiento de Jesús tuvo un hegemón o nación poderosa, que era Roma. De hecho, Judea era provincia romana y el Sanedrín -Consejo de sacerdotes o sabios donde los rabinos impartían los mandatos conforme la ley o Torah- había terminado convirtiéndose, sin proponérselo, en un espacio para las conspiraciones contra el imperio invasor. La connotación de la Natividad no tuvo límites para la comunidad internacional de los primeros tiempos y sus narraciones bíblicas ingresaron en el imaginario colectivo de los fieles y fue la Edad Media, la etapa de la historia universal en que la Navidad comenzó a determinar la vida social, de tal manera que la religión católica con la Iglesia como institución visible, se hizo del poder político y hasta los reyes y emperadores debían ser ungidos por los papas.

San Francisco de Asis (1182-1226), según la tradición, inició la instalación de los nacimientos -también llamados Belén-, erigiéndose en las iglesias, monasterios y conventos, y luego la costumbre penetró en los hogares cristianos. El impacto de la Navidad fue tan grande que los reyes y emperadores esperaban su llegada como mejor contexto para decidir la paz o pactar las treguas extendidas hasta el tiempo de la Epifanía del Señor o festividad de los Reyes Magos, el acontecimiento extramuros por excelencia, pues Melchor (Persia), Gaspar (India) y Baltazar (Arabia) llegaron a Belén desde lugares lejanos guiados por una estrella. La Navidad tiene carácter universal, por eso los papas en este día -hoy lo hará Francisco- imparten la histórica bendición “Urbi et orbi”, es decir, “a la ciudad -de Roma- y al mundo”.