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Espero con ansiedad y expectativa que llegue la fiesta de Navidad. La disfruto enormemente con mi familia. Esto no quiere decir que durante muchos años no celebrara esta festividad. Sí, pero en lugares públicos y restaurantes junto a mi hermana; pero no con la familia, ya que por circunstancias muy particulares no nos era posible. Lo que me impresionaba es que a las 12 de la noche del 24 veía que mucha gente transitaba por las calles, y seguramente muchos no tenían una familia cerca ni los recursos para disfrutar de un bocadillo o ponerse algún traje nuevo. Me gusta recibir panetones y otras cosas propias de estas fechas. ¿A ustedes no? Creo que eso nos pasa a todos en menor o mayor escala. Lo pude percibir con los médicos y enfermeras cuando estuve hace varios en cuidados intensivos, en días previos a la Navidad en el Hospital Rebagliati, pues cada cierto tiempo preguntaban en voz alta: “¿Y a qué hora entregan las canastas, el panetón y/o el pavo?”. Podían comprarlos, pero la emoción del regalo estaba presente, y creo que siempre lo está por más sencillo que sea el obsequio. Qué duda cabe del rol de la familia en la celebración de cualquier acontecimiento, triste o alegre. Y naturalmente en la celebración de la Navidad. Es fundamental sentirse acompañado, acogido y querido en una combinación de afectos mutuos y sentimientos profundos de amor que trascienden la ostentación de lo material, de lo transitorio, lo superfluo que muchas veces, lamentablemente, se apodera de nosotros como sinónimo de celebración consistente. Hago votos para que todos podamos encontrarnos en estos días de Navidad estrechando nuestras manos, mentes y corazones. Que Dios nos acompañe siempre para estar juntos, muy juntos. Feliz Navidad.

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