El Consejo de Seguridad (CS) de la ONU no pudo encontrar mejor día que ayer, sábado 6 de agosto, en que el mundo recordó los 72 años del lanzamiento de la bomba atómica sobre la ciudad japonesa de Hiroshima en 1945 -en que murieron 145 mil personas; 50 mil en forma instantánea-, para decidir nuevas sanciones económicas a Corea del Norte por los lanzamientos de misiles balísticos de alcance intercontinental que realizó el mes pasado. El CS votó en forma unánime sanciones que prohíben las exportaciones de carbón y de mariscos por Pyongyang, sus principales fuentes de ingresos. La idea de la ONU es restarle a los norcoreanos un tercio de sus alicaídos ingresos por exportaciones. Esta medida adoptada por el órgano de la ONU que vela por la seguridad del planeta es letal para la pobre economía de Corea del Norte que, paradójicamente, a pesar de sus limitaciones y pobreza, lleva adelante un programa nuclear de proporciones desconocidas. La respuesta del líder Kim Jong-un suele ser suelta prácticamente ninguneando las reiteradas resoluciones del CS que hasta la fecha ha emitido en contra del único país del mundo que mantiene en pleno siglo XXI un régimen comunista de corte totalitario, por lo que seguramente la actitud ante las sanciones de la víspera no serán diferentes. Es probable incluso que el discurso de Kim vuelva a mostrar el tono amenazante que ha tenido desde que asumió el poder a la muerte de su padre, Kim Jong-il, en 2011. Nadie puede calcular el tamaño de la respuesta de Corea del Norte ante las nuevas medidas de la ONU, pero sí que está cantada su dirección hacia tres países claves: Corea del Sur, Japón y por supuesto EE.UU. El mundo sigue viviendo momentos de tensión y de insospechadas reacciones no solamente de Kim Jong-un, sino del propio presidente de EE.UU., Donald Trump, que no ha ocultado su hartazgo, incluso dejando entrever por algunos de sus voceros la posibilidad de una eventual acción militar.