Desde una calle de Magdalena a la sesión remota del Congreso de la República. El racismo y el clasismo no respeta lugar, ni siquiera estatus ni condición social, porque es una tara que en pleno siglo XXI sigue vivita y coleando, y aflora cada vez que alguien se olvida de disimular, cada vez que alguien está desaforado.

Todo el Perú se indignó con las imágenes difundidas de aquel joven que le dice “indio igualado” y otros calificativos similares a un miembro de serenazgo que le pedía se ponga la mascarilla mientras paseaba a su perro. ¿Por qué un peruano, cuando tiene la urgencia de insultar a alguien, no encuentra manera más definitiva e hiriente que decirle “cholo” o “indio” al sujeto en cuestión?, me pregunté entonces, y ensayé esta respuesta: Pues porque nos enseñaron desde muy chicos que ser cholo o indio es lo peor que nos puede pasar en la vida.

El racismo está enquistado en nosotros, está normalizado. Ayer hubo otra muestra más. Fue la congresista fujimorista Martha Chávez quien, en sesión virtual y muy suelta de huesos, hizo alarde de discriminación al cuestionar la designación del expremier Vicente Zeballos como representante del Perú en la OEA (Organización de Estados Americanos). Increíblemente, públicamente, Chávez no cuestionó tal designación por aspectos técnicos o políticos, sino raciales.

“… Quizás (Zeballos) debió ir a Bolivia, porque como moqueguano y como persona de rasgos, así, andinos, es una persona que debería conocer mejor, llevarse mejor con la población mayoritariamente andina, mestiza, de Bolivia”, fueron las palabras de la congresista.

Así estamos, con este problema que aflora de nuestros labios en cualquier lugar y circunstancia. Un problema serio que sin embargo quizás no ha sido atacado con la seriedad del caso. Porque aunque no lo veamos, es parte de nuestra crisis como sociedad, de nuestra incapacidad para ser una sociedad integral.

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