La palabra democracia proviene del griego “demos” (personas) y “kratos” (poder), que significa “poder del pueblo”. Hablar de democracia nos lleva a pensar en un sistema político en el cual la soberanía y el poder residen en el pueblo, pero que reconoce y respeta los valores esenciales de la libertad e igualdad de todos ante la ley. La democracia no es pues, ni autocracia ni dictadura, no representa el poder de una persona, sino la libre elección de las mayorías.
La paradoja de la libertad, la tolerancia y la democracia, según Karl Popper, comparte un mismo sustrato lógico: si permitimos una libertad absoluta, un tirano será absolutamente libre de someternos; si lo toleramos todo, toleraremos también a quien nos esclavice; si damos todo el poder a la mayoría, la mayoría podrá decidir cederlo a un déspota. John Locke (1632-1704) desarrolló una teoría de la sociedad en la que anticipaba muchos principios del liberalismo como la libertad e igualdad natural de los hombres, el derecho del individuo a la propiedad, la tolerancia religiosa, etc.
Muchos, dicen que la mayoría no puede limitar los derechos de la minoría, pero en esencia, toda democracia basada en la libre voluntad del ciudadano, siempre tendrá un grado de imposición de la mayoría sobre aquellos que en minoría, difieran de posición. Lo esencial es entonces, garantizar la posibilidad de participación general en igualdad de oportunidades, en todas las deliberaciones sobre asuntos públicos, de tal manera que todos tengan oportunidad de participar con su propia voz. Pero, en tiempos modernos, parece más bien que si la mayoría no cumple las imposiciones de la minoría, estas corren el riesgo de ser acusadas de patriarcales, intolerantes, homofóbicas, machistas, etc. En el reino de las minorías autoritarias (muchas veces disfrazadas de derechos humanos, inclusión y diversidad), no hay nada más intolerable que la intolerancia de aquellos que se dicen tolerantes.
Entonces, cabe reflexionar sobre si el “garantizar” a las minorías el derecho a la igualdad ante la ley, así como en todas las esferas de la vida económica, social, política y cultural, pasa por crearles leyes especiales que dejen de lado la voluntad y obligatoriedad de las mayorías y la conviertan en la paradoja de la nueva democracia, o si deberían gozar, finalmente, de privilegios de orden legal, impuestos por sobre los que gozan los demás ciudadanos por igual. Una democracia digna, debería ser capaz de equilibrar el poder y el derecho de igualdad ante la ley.