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Se le pedían reformas a Martín Vizcarra y el presidente de la República fue directo a la yugular. Los aplausos, en diversos pasajes de su discurso, indican que sus propuestas hallaron quórum en el hemiciclo, aunque el tema del referéndum para definir la reelección de los legisladores sí ha enervado a los interesados.

Y cómo no, si ahí está la mamadera o el epicentro del poder. Muchos congresistas no saben hacer otra cosa que ser congresistas, y en lograrlo invierten la vida. Y, claro, ante el peligro de perder ese hábitat, han saltado hasta el techo. Por ejemplo, la defensora del fujimorismo, Martha Chávez, inmediatamente alegó que “Vizcarra hace populismo barato” con esta propuesta.

Será el pueblo, entonces, el que decida si los legisladores dejan de ser rara avis en la política nacional y, al igual que los alcaldes, gobernadores regionales y el propio jefe de Estado, entran a la prohibición democrática de reelegirse. Y, como sabemos, la voz del pueblo es la voz de Dios.

Ya en esta columna nos habíamos preguntado quién les dio esa patente de corso a los padres de la patria, como también hemos expresado la necesidad de la “cámara alta” para darle contrapeso a la tarea congresal y cerrarle, si se quiere, las puertas a la mediocridad exhibida en los últimos quinquenios.

En conclusión, Martín Vizcarra entró con la pierna en alto al Parlamento y sorprendió a tirios y troyanos con su mensaje de 28. Y para bien.