Solo falta que este gobierno le haga monumentos en el Perú al dictador venezolano Nicolás Maduro y al confeso marxista, leninista, comunista y socialista expresidente boliviano Evo Morales. Ambos celebraron a rabiar la llegada de Pedro Castillo al poder y la respuesta a esos coqueteos ha sido permisibilidad, alcahuetería ideológica, conchabamiento y una hermandad al estilo caimanes del mismo pozo.

Pruebas al canto: el premier Guido Bellido saltó hasta el techo y fustigó al ministro y viceministro de Relaciones Exteriores, Óscar Maúrtua y Luis Enrique Chávez, respectivamente, por decir que nuestro país no reconocía ningún gobierno legítimo de Venezuela. Y vino la amenaza, con ínfulas que no le competen: “Si al canciller o su adjunto no le gusta, tienen las puertas abiertas”.

Literalmente, los estaba botando, sin embargo, como pasó con Iber Maraví, ministro de Trabajo, en Torre Tagle no le hicieron caso y hoy tiene el cuajo de afirmar que “el gabinete está sólido y no hay interés de hacer cambios”. Él es el principal agente desestabilizador, con declaraciones cada día más sórdidas (como la de ayer sobre Camisea), pero no ve problema alguno. Como tampoco le preocupa que el profesor y Maduro se hayan reunido a escondidas durante la CELAC, en México.  Y Evo Morales se pasea como Pedro por su casa en el Perú, gracias a la alfombra roja que le ponen Vladimir Cerrón y toda la mancha de Perú Libre. Es su principal mentor y lo llenan de aplausos cuando les da en la yema del gusto hablando de la Asamblea Constituyente de marras. ¿Acaso sus discursos, alimentando ideas trasnochadas, no son una intromisión en nuestra patria? Recuerden, además, que para Guillermo Bermejo “no existe dictadura en Venezuela ni Cuba”. ¡Habrase visto!