Sí, pues, a la política peruana le importa un bledo caminar derecho. Es más, parece que se regodea en ese tambaleante statu quo. Los dineros torcidos en cuentas chuecas siempre se quedan en la maleta del olvido y entonces uno dice ¡ah, Caracas, qué está pasando! ¡Cónchale vale!

Y es que vivimos en el Perú al revés, donde Keiko marcha primera y vuelan los pañales destinados a los niños de las poblaciones vulnerables; en el país donde es válido decir “nosotros matamos menos que en los ochenta” y seguir bien campantes; en la comarca donde las municipalidades se “meten al pot...” (hola Lourdes Flores) porque lo que interesa es el voto, nada más; en el club de la impunidad donde la plata llega sola, y a veces escondida en la tarjeta de una amiga elegida; en la única nación donde dizque el Presidente y la Primera Dama -nacionalistas ellos- viven como palomas, es decir, del aire y la condescendencia de aportantes fantasmas.

Señores, vivimos sometidos a la incompetencia. Porque con o sin luz verde, el Gobierno se sigue cayendo a pedazos. El ministro más figureti de los últimos tiempos, Urresti, se falló el gol de la captura de Belaunde Lossio, y ahora este mentiroso contumaz tiene la conciencia de decir que solo hablará al final del Gobierno. Igual que la selección en la Copa América, estamos casi perdidos.

Somos la tierra de todas las sangres, donde la igualdad y la inclusión son la consigna, pero apenas un congresista sale del clóset, la Iglesia arremete llamándolo maricón.

Somos un país que se quedó en el tiempo pasado. Los fujimoristas se rasgan las vestiduras por que las mujeres violadas no aborten, pero proponen la pena de muerte para el violador. ¿Se puede ser más arcaico?

Solo resta santiguarse frente a santa Ana bendita para que estos especímenes, que juran por Dios y por la plata, se quemen en el infierno de la indiferencia ciudadana y empecemos a migrar a una nueva clase de representantes, lejana de esta sin lubricación que solo nos lleva a situaciones embarazosas y que a diario viola la Constitución y cuanto código le salga al paso.

Habría que preguntarle a Mario Vargas Llosa “en qué momento se jodió el Perú”, pero quizá ni siquiera él lo sepa, y menos ahora que está embarcado en El viaje a la ficción -parafraseando su ensayo- en los brazos de la damisela Isabel Preysler.