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Mañana estaremos enclaustrados varias horas en nuestros hogares sin posibilidad de salir. Y lo aceptamos, porque la razón es plausible; aunque nos molesta esta temporal limitación de nuestra libertad de circulación, constitucionalmente garantizada.

Sin embargo, necesitamos esos resultados que nos dirán quiénes somos, qué queremos, hacia dónde vamos, qué recursos tenemos para que las políticas públicas respondan al desafío de construir nación, identidad, democracia y desarrollo.

Ya somos millones en el territorio peruano y vamos hacia más. Todos, sin distinción, queremos crecer, desarrollar, lograr bienestar con mayor igualdad de oportunidades; para ello, debemos pisar la realidad de lo que somos y tenemos en el Perú. Necesitamos conocer lo que recoge un censo, cada diez años, para renovar y precisar los datos.

No obstante, existen preguntas distorsionadoras que pueden darnos resultados imprecisos o tal vez falsos; estas son las que motivan nuestra autorreferencia a grupos sociales o étnicos.

Con la famosa pregunta 25, quieren saber si somos blancos o mestizos, indios, negros o afrodescendientes, amazónicos u otros. Nuestros predecesores dictarán nuestra autodefinición. Sin embargo, muchos no saben o desconocen de dónde vienen sus ancestros o simplemente no se sienten con pertenencia a estos grupos predeterminados por quienes elaboraron las preguntas.

Eso es absurdo, porque en el Perú todos, más allá de la diversidad cultural o del color de la piel, somos resultado de una mezcla. Somos mestizos, un término genérico que comprende la variedad de razas de las cuales podemos descender; esta diversidad, además de ser enriquecedora para cualquier nación, no debería avergonzar a nadie. Ser mestizo en el Perú ayuda a la definición de una colectividad; por tanto, es a partir de ella, y no de las diferencias mal planteadas, que podremos sentirnos nación peruana. Y si así lo percibimos, seremos también poderosos para construir el futuro que queremos para nuestros hijos. Punto.

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