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La torpe medida de Daniel Ortega, otrora líder sandinista en el gobierno de Nicaragua de 1979 a 1990 y que lo volvió a tener en el 2007 hasta la fecha, emitiendo una resolución sobre reforma del seguro social que tuvo que derogar a los pocos días, solo ha sido el detonante de una bomba social nacional en ese país centroamericano de casi 6.3 millones de habitantes, que está pidiendo a gritos su salida del poder. También piden que deje el gobierno su esposa, Rosario Murillo, nada más y nada menos que la vicepresidenta del país, aunque usted no lo crea, casi como en el Antiguo Régimen que imperó en Francia y otros Estados europeos antes de la Revolución Francesa de 1789, donde el poder quedaba en manos del monarca y su familia. Los latinoamericanos hemos estado concentrados en la dictadura de Nicolás Maduro en Venezuela y esta imperdonable distracción jamás estuvo presente en el Compromiso de Lima de la reciente Cumbre de las Américas. Sin duda, Ortega es un dictador completo y nadie ha alzado la voz en el continente para reprochárselo al mantener como el líder chavista el control completo del poder en su país y en el que, además, la violación de derechos humanos que el pueblo nicaragüense le está imputando, por sexto día consecutivo en las calles de Managua y de otras partes del interior del país, parece que solo acabarán con su renuncia al cargo o su derrocamiento. Lo dijimos en esta misma columna: “…el asolapado Daniel Ortega cuenta con su esposa, Rosario Murillo, escandalosamente como vicepresidenta del país” (05/12/17), pero a los países de América en ese momento pareció no importarle.

La primavera política en los países árabes que acabó con Muhamar Gadafi y otros dictadores más, también parece llegar a Nicaragua, donde al cierre de esta columna se cuentan 27 muertos. Veremos.