Tengan cuidado, mucho cuidado, que la epidemia del coronavirus pondrá a prueba a todo nuestro pésimo sistema de salud pública, la del Estado y la privada. A los profesionales de la medicina y a las empresas propietarias de las clínicas, en especial. Lo digo porque este domingo fue penoso escuchar a un médico responderle a la madre de un paciente sospechoso del Covid-19 que “lamentablemente, yo no hago las normas de la institución”. No quiero imaginarme a un periodista diciéndole, a quien requiere de sus servicios, que por desgracia él no es el dueño del periódico.

Las clínicas no son beneficencias públicas. Si lo fueran quizá estarían en las mismas condiciones de precariedad que muchas postas médicas de barrio. Pero de allí a mantener un criterio puramente fenicio a lo que constituye una preocupación de alcance mundial, ya pues… Como todos sabemos, el negocio de las compañías de seguros y el de las clínicas están amarrados en un círculo redondo y cerrado, que incluye medicamentos y farmacias. Y es tan cerrado que han perdido el pudor y la vergüenza para que el que paga y los mantiene, sienta que le están haciendo un favor y no al revés.

El consumidor, el cliente, el usuario o paciente, el titular del derecho, requiere urgente rebelarse contra estas pequeñas dictaduras inescrupulosas. Hacerles sentir el peso de la reputación. Reeditemos “La rebelión de la granja” de George Orwell. Personalmente no me gusta la militancia antisemita de Roger Waters, pero disfruto de su música en Pink Floyd y, como en este caso, no dejo de darle razón cuando destruye ese cerdo rosado que vuela. Y al Estado, que es el que debe comenzar por poner orden, aunque le digan dictador al gobierno.

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