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Daniel Salaverry, al inicio de la hegemonía de Fuerza Popular en el Congreso de la República, resultaba antipático, agrio, reactivo y, en ocasiones, más papista que el Papa, es decir, más keikista que la propia Keiko Fujimori, seguido muy de cerca por Luis Galarreta; no obstante, al llegar a la presidencia de la Mesa Directiva, experimentó una metamorfosis que lo ha acercado a la gente, aunque eso haya implicado abandonar la tienda “naranja”.

Lo relevante es que la transformación de Salaverry no se gestó para “hacerle la patería” al gobierno de Martín Vizcarra, como algunos advirtieron, sino con el fin de manejar el Parlamento de acuerdo con lo normado: atender los proyectos del Ejecutivo, prioridad al debate de temas importantes y, de cuando en vez, cómo no, poner en su sitio a sus colegas belicosos de bancada (por más Luz Salgado que sea).

“No lo descarto, pero tampoco es que lo tenga decidido”, contestó el padre de la patria trujillano al ser consultado sobre la posibilidad de presentarse a la reelección como presidente del Legislativo y, sobre la marcha, apostilló que trabaja en la mejora de la imagen de la institución, que, como todos sabemos, desde hace mucho tiempo es una de las más devaluadas, según diversas encuestas.

Ojalá prosiga, rodeado desde luego de vicepresidentes más representativos de la nueva conformación de bancadas que tiene el Congreso, porque es imperativo que terminen de plasmar las reformas políticas y de justicia, tan necesarias de cara a un Bicentenario con un país más ordenado y menos corrupto. Salaverry ha desfujimorizado el Parlamento y la neutralidad siempre merece un aplauso.