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Bolivia se encuentra en un momento de su historia cargado de surrealismo, pues su presidente Evo Morales, tras haber perdido en el 2016 un referéndum que él mismo convocó para que los ciudadanos decidan si querían que postule o no por tercera vez al cargo, ha comenzado a hacer campaña luego de que el Tribunal Supremo Electoral (TSE), muy afín al eterno mandatario, estableciera que el caballero tiene el “derecho humano” a ser nuevamente candidato.

La decisión del TSE, que pasa por encima de la consulta popular que dijo que Morales no debía ser candidato en el 2019, está mostrando el verdadero rostro del antiguo dirigente cocalero, al que parece que ya le gustó la miel del poder que saborea desde hace 13 años, en que, hay que reconocerlo, ha llevado la economía de su país al crecimiento con ingredientes de pragmatismo, aunque sin dejar la prédica populista en contra del “imperio”.

El gran problema acá es que el presidente Morales está buscando perpetuarse en el poder a través del manejo de la justicia electoral y contra la decisión de las urnas, y eso ninguna democracia lo debe permitir. Estados Unidos acaba de señalar que se debe respetar la voluntad del pueblo boliviano, en alusión al referéndum que dijo “no” a la rereelección del mandatario. En el mismo sentido se ha pronunciado la Unión Europea.

La democracia implica también la alternancia de los ciudadanos en el poder, algo que parece no entender el presidente Morales, quien hace pocos meses sufrió un duro revés político luego de que la Corte Internacional de Justicia de La Haya rechazara de plano las pretensiones de Bolivia de una salida al mar que Chile le arrebató en la Guerra del Pacífico. Sin embargo, el mandatario busca reinventarse con la venia de su complaciente TSE, que no respeta la voluntad de las urnas.

La región debería condenar todo intento de cualquier personaje por perpetuarse en el poder a través de antojadizos cambios de Constitución, plebiscitos o poderes públicos manejados desde el Ejecutivo. Si condenamos a Alberto Fujimori por haberse quedado en Palacio de Gobierno más allá del 28 de julio del 2000, lo mismo debería hacerse con Morales, así como con su mentor Nicolás Maduro o cualquier otro tiranuelo que surja por ahí.