Los ataques rusos arreciaron esta semana, siguiendo una estrategia de posicionamiento impecable. Primero fortalecieron su presencia marítima en el Mar Negro bajo el manto de “maniobras navales” rutinarias a mediados de febrero. Pocos días después evacuaron millares de rusos de territorio ucraniano. Hace casi diez días iniciaron el ataque sobre la estratégica capital ucraniana Kiev. Anteayer ambos países acordaron un cese temporal al fuego para evacuar civiles de la zona de conflicto, pero ayer se hablaba del bombardeo ruso a una central nuclear ucraniana.

Una lectura alternativa permite explicar los hechos subsecuentes de manera más coherente con el realismo geopolítico. Putin tiene que mantener un cordón territorial que separe claramente su frontera oeste, de la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte). Ese cordón territorial lo conforman países de la ex URSS. Pero la OTAN, por muchos años, pretendieron incorporarlos, en particular, a Ucrania y Georgia, estratégico por su geografía y sus recursos naturales. Lo que motivó reacciones militares de Rusia.

Europa hace rato que, sin EEUU, no le gana a nadie. Y EEUU tenía claro, desde los tiempos de Trump, que era una pérdida de riqueza meter sus narices. Además, eran tiempos pre-pandemia. Ahora la prioridad es recuperar las economías. En adición a las consideraciones geopolíticas, aparecen dos hechos importantes. Uno, que se dice que Putin podría estar defendiendo intereses oscuros de empresarios oligarcas rusos en Ucrania, alguna vez burócratas del régimen comunista. Dos, que las regiones de Donetsk y Lugansk son rebeldes en Ucrania y sus habitantes quieren anexarse a Rusia.

Con todos esos antecedentes, me cuesta comprender a quienes hoy dicen que nada hacía presagiar que Putin llegara tan lejos. Hablamos del mismo Putin que hace ocho años había anexado la península de Crimea. Simplemente estuvo esperando el momento. Occidente leyó mal la geopolítica y no vio venir a Rusia.