Mucho se habla de cómo las mujeres vamos cambiando con el paso de los años, de cómo muchas nos volvemos “mandonas”, perdemos la paciencia o creemos tener siempre la razón. Hace poco, encontré esta “oración” que me hizo reír mucho, y que transcribo, más o menos así: “… Señor, Tú sabes mejor que yo, que estoy envejeciendo y que un día seré una adulta mayor.
No permitas que adquiera el hábito de creer que tengo que decir “algo” sobre cualquier tema en toda ocasión. Libérame de las ansias de querer arreglar la vida de los demás. Que sea pensativa, pero no taciturna, solícita, pero no mandona. Con el vasto acopio de sabiduría que poseo, parece una lástima no usarla toda, pero tú sabes, Señor, que quiero que me queden algunos amigos al final Mantén mi mente libre de la recitación de infinitos detalles, dame la facultad de ir derecho al grano.
Sella mis labios para que no hable de mis achaques y dolores; ellos van en aumento con el pasar de los años, como también mi gusto por recitarlos. ¡Pido la gracia de poder escuchar con paciencia el relato de los males ajenos! Enséñame la gloriosa lección de que, a veces, es posible que esté equivocada, que no siempre tengo la razón. Mantén en mí una razonable dulzura.
No quiero ser una santa, (es difícil convivir con algunas de ellas), pero una vieja amargada es una de las obras supremas del diablo, no de Dios...”. Lo cierto es que, con el paso de los años, las mujeres nos volvemos más sabias: Aprendemos que, por salud emocional, ya no se discute; que lo que molesta se evita y que donde la ignorancia habla, la inteligencia calla.
Aprendemos que lo que se va, siempre deja espacio para algo nuevo y que no vale la pena lamentarnos. Envejecer, debe ser siempre visto como un proceso que abre nuevas posibilidades. En el libro “La sabiduría de los años”, Silvia Ochoa señala que la gran injusticia de la sociedad del siglo XXI es ignorar la sabiduría de la “edad de la experiencia”, señalando que los más viejos encarnan el reservorio de la sabiduría de la humanidad y su tarea es trascender con su orientación y consejo prudente. No en vano, Seneca señalaba que la sabiduría es lo único que no muere de vejez.