Para muchos, la satisfacción de ver a la selección peruana metida en un repechaje que la puede clasificar a Rusia 2018 parece equiparable al placer, en muchos casos, desmedido por ver cómo Chile se quedó fuera del certamen. Esos largos 36 años de decepción y padecimiento, que nos hicieron casi identificar al fracaso y a la frustración como parte de nuestro folclore, quedan de lado cuando se trata de hacer escarnio sobre el eterno rival y su situación.Eso sí, Chile hizo los méritos necesarios para ganarse cierta antipatía en el continente. La soberbia embargó a su “generación dorada” y tuvo en Arturo Vidal a su máximo representante; por ello, tras confirmarse su no asistencia al Mundial, gente vinculada con el Deporte Rey en diversos países de Sudamérica esbozó una sonrisa. Hasta ahí todo es entendible. Lo ilógico surge después, cuando la sorna se descontrola.Una de las explicaciones es la superioridad que durante los últimos años presentó Chile sobre nosotros en cuanto a fútbol. Desde aquella bochornosa eliminación en Santiago durante la carrera por Francia 98, pasando por otros enfrentamientos en Eliminatorias y Copa América, el peruano promedio ha ido germinando un revanchismo que encontró en la eliminación chilena el escenario ideal para soltarse sin control. Es oportuno también aclarar que no todos han sucumbido a esta debilidad; se trata más de los “turistas” que se cuelgan de la selección cuando la coyuntura lo impone.Se comete la torpeza de reírse de un rival por no ir al Mundial cuando nosotros todavía estamos peleando por hacerlo. Se restriega la presencia en un repechaje como si fuera ya un cupo a Rusia 2018. Hay una distancia considerable entre saberse capaz y entregarse a la soberbia. Se habla de revancha en función de lo sucedido rumbo a Francia 98 en 1997, cuando Chile nos desplaza por diferencia de goles; sin embargo, ahí existe una distancia abismal: debe recordarse que Chile nos ubica en esa situación luego de darnos una paliza de 4-0. Ahora, en cambio, no somos responsables directos de su fracaso. Es bueno notar que los propios jugadores de nuestra selección son los más sensatos. Tienen claro que todavía resta un paso que dar para, finalmente, ponerse a celebrar. Eso genera tranquilidad, pero no deja de llamar la atención la compleja psicología de un importante sector de la sociedad. Ojalá su ridiculez no se les estrelle en la cara.