"Queremos que sientan el dolor". Era un colegio a las once de la mañana, y esa era la simple explicación que diera el portavoz de los talibanes sobre la masacre. Más de un centenar de muertos, la mayoría de ellos con un tiro en la nuca, a quemarropa. Tenían entre 12 y 16 años.

Para sentarme a escribir, he intentado imaginar la escena y no he podido. Sé que fueron seis fulanos vestidos de blanco armados con fusiles y granadas que escalan las paredes de un colegio en  (norte de Pakistán) y abren fuego como unos salvajes. Ni las propias agencias de noticias se ponen todavía de acuerdo. Cada vez que reviso las cifras, el número de víctimas aumenta. Cien. Ciento doce. Ciento veinte. Ciento treinta y uno. Ciento treinta y seis. La guadaña se detiene -de momento- en ciento cuarenta y un muertos. Ciento treinta y dos eran niños.

Sigo sin poder imaginar el cuadro. Porque una cosa es entrar disparando a ciegas a todo el que se cruce en su camino, como en la masacre de que dejó 33 muertos entre los alumnos y profesores hace siete años, y otra muy diferente es asesinar a más de cien estudiantes en una especie de ritual, de una ejecución masiva. Creer que alguien puede situarse a las espaldas de un niño de doce, trece años y pegarle un tiro en la nuca, con sus compañeros allí mismo, aguardando su final.

Aquí no habían suposiciones, lo dicen los propios sanitarios encargados de recibir a las víctimas (132 heridos, 121 son niños) en el hospital Lady Reading: "A la mayoría de las víctimas se les disparó en la cabeza". La masacre de inocentes en nombre de una idea fanática llevada al extremo ciego. "En el pórtico y en el atrio de la mezquita la sangre subía hasta las rodillas y hasta el freno de los caballos", escribía en su diario de cruzado Raymund D'Aguilers sobre la matanza que hicieron los cristianos de más de 10 mil sarracenos en 1099, durante la toma de Jerusalén a los musulmanes.

La historia está llena de fanáticos que asesinan creyendo tener a la razón, a Dios o a la verdad de su lado. Criminales que hacen pagar con su sangre a inocentes. Y donde se habla de inocentes, siempre habrá niños.

Sin ir muy lejos, en abril conmemoramos los 31 años de la masacre de. Sesenta terroristas de Sendero Luminoso irrumpieron en este pueblo ayacuchano, siguiendo órdenes de Abimael Guzmán de "sancionar ejemplarmente" a las rondas campesinas. Nuevamente, acá no hay suposiciones. Esto es lo que recoge la Comisión de la Verdad y Reconciliación.

"Con las manos y los pies amarrados, hasta las trenzas salidas de las señoritas, a quienes los habían cortado con hacha, cuchillo, pico, incluso les habían echado agua caliente (...) encontraron a los niños quemados sus manitos, caritas, (...) a los niños recién nacidos les habían sacado las tripas y pisado sus cabezas hasta que salgan sus sesos".

De los 69 muertos de Lucanamarca, 18 eran niños; uno era un bebé de 6 meses.

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