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El Poder Judicial puede hacer historia hoy si condena a prisión de por vida a los criminales encabezados por el terrorista Abimael Guzmán por el brutal atentado en la calle Tarata, en Miraflores, que el 16 de julio de 1992 acabó con la vida de 22 personas inocentes que tuvieron la desgracia de encontrarse cerca de donde Sendero Luminoso hizo estallar un coche bomba casi a las ocho de la noche.

No hay atenuantes para los terroristas, entre los que se encuentran asesinos de alto vuelo como Osmán Morote, Elena Yparraguirre, Óscar Ramírez Durand y Eleuterio Flores, por lo que es de esperarse que el Poder Judicial actúe de acuerdo con las inobjetables evidencias y mande de por vida a la cárcel a esta gente, tal como sucedería en cualquier democracia del Primer Mundo.

Dar cadena perpetua a estos senderistas es lo menos que se puede hacer. No se trata de “venganza” ni mucho menos “persecución”. Es la aplicación de la justicia penal por el asesinato de 22 personas, sin mencionar a quienes sufrieron graves lesiones físicas y psicológicas, que perduran más de dos décadas y media después del ataque, ocurrido pocos meses antes del arresto de Guzmán.

Es de esperarse que mañana 12 de setiembre, cuando los peruanos celebremos los 26 años de la detención del cabecilla de la banda a manos de un grupo de detectives de la Policía Nacional del Perú (PNP), podamos decir que los asesinos de la calle Tarata al fin tienen la sanción que les corresponde, y que nunca más disfrutarán de la libertad. Este será el mejor homenaje a los caídos, a los heroicos policías que atraparon a la cúpula terrorista y a todos los ciudadanos de este país.