Esta será la semana del día siguiente. Porque ayer fue navidad y en siete días será el primer día del nuevo año. Viajaremos de ilusión en ilusión, de pena en pena, de nostalgia en nostalgia. Resumiremos un año terrible y dramático, el más difícil del que tendremos recuerdos jóvenes, niños y viejos que vivimos para contarlo. Este año en que perdimos familiares y amigos, que nosotros mismos nos perdimos en angustias y tristezas y nos recuperamos cada día. Compartir la navidad en medio de la pandemia y celebrar el año que empezará solo es posible porque estamos a la cita, hemos resistido por la vida y el amor. Estos dos ingredientes son, han sido y serán suficientes para los sobrevivientes que somos.

No hubo mucho ánimo para los villancicos ni mucho dinero para los regalos o el panetón, para los que perdieron el empleo. Tampoco alegría desbordante para los que dejamos en el camino amigos y familiares. El niño nació y estamos juntos en la resiliencia y la esperanza. La fiesta es espiritual, es católica, es el tiempo de la prueba, de la fuerza, de la vida que nos queda y de la sonrisa tras la mascarilla.

La crisis social y económica, y aún la crisis política nos llaman a pensar en el país, a dar el mensaje de la responsabilidad a los jóvenes. Por el Perú que tiene médicos y trabajadores de la salud extraordinarios, verdaderos héroes del bicentenario, gracias a ellos todavía estamos aquí, por sus enormes esfuerzos lejos de la negatividad.

En memoria de quienes partieron y no pudimos despedir. Aún tenemos la vida y su racionalidad para entender, controlar, agradecer. Estamos viviendo la fragilidad y la fuerza, la inseguridad y el propósito, la tristeza y el agradecimiento. Con ese bagaje avanzamos dando valor a lo que de verdad lo tiene. Desde la salud y el amor.

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