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Quién podría exonerarse en estos complejos tiempos del siglo XXI, de enorme movilización internacional, de efectuar reflexiones acerca del fenómeno migratorio. Su impacto es de tal dimensión que no hay Estado que lo evada en su política exterior, sea comprendiéndolo desde la dinámica del principio de solidaridad internacional al abrir sus fronteras, sea para mostrarse indiferente con condenables medidas restrictivas, como en los momentos de triste recordación durante la Segunda Guerra Mundial. Los espacios vulnerables del planeta han aumentado y diversificado. Norteamérica, la Unión Europea y ahora América Latina, que históricamente ha sido un territorio ocupado por gentes provenientes de los otros cuatro continentes. Desde que cruzaran los migrantes asiáticos el Estrecho de Bering durante la cuarta glaciación de Wisconsin, pasando por la llegada de los vikingos con Erick El Rojo en las costas atlánticas de Norteamérica y los españoles con la empresa que aprobaron los reyes católicos Fernando de Aragón e Isabel de Castilla al célebre genovés Cristóbal Colón, hasta las oleadas migratorias europeas, africanas y asiáticas, casi siempre se producen en los países más vulnerables económicamente, como es el caso de Venezuela y Haití. Esta problemática debe ser abordada con profundidad, a fin de que no termine impactando en la realidad intraestatal. El Perú, mirándose al espejo, es un país con indiscutible reporte migratorio y la reciente llegada de venezolanos lo confirma, más allá de las razones puntuales que todos conocemos. Hizo bien, pues, la Superintendencia Nacional de Migraciones en llevar adelante, y de manera inédita, el Primer Congreso Internacional de Inmigración los pasados 27 y 28 de junio, en que expusieron expertos de los cinco continentes. Sus conclusiones servirán para formular políticas públicas que el Gobierno del Perú, estoy persuadido, tomará muy en cuenta para afrontar eficazmente y con la sensibilidad exigida -el llanto de los niños en la frontera de EE.UU. sigue partiendo corazones- el referido fenómeno migratorio.