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A Donald Trump, desde que asumió la Presidencia de los Estados Unidos de América en enero del 2017, la denominada trama rusa lo ha perseguido sin tregua. Primero, para asociarla a la victoria que el neoyorquino consiguió sobre la entonces candidata demócrata Hillary Clinton, favorita en las encuestas para llegar a la Casa Blanca. Ahora la más reciente información que ha corrido por las redes sociales refiere que Trump habría trabajado para Rusia. La reacción de Trump ha sido inmediata, rechazando los señalamientos, que ha calificado de una patraña. Está claro que los enemigos de Trump no van a bajar la guardia hasta lograr que el mandatario sea objeto de un juicio político que lo lleve a la destitución, en la idea de sacarlo de carrera para una eventual segunda postulación a la Presidencia, que parece ser la fijación del magnate. No es raro que el tema ruso cobre vida de nuevo cuando Trump se empodera en el asunto migratorio de la frontera con México por su dura política exterior para contrarrestar la oleada de los centroamericanos que buscan ingresar al país. Rusia, como país y como asunto en general para los estadounidenses, siempre será un tema sensible y relevante. En el imaginario social de la denominada Gran Nación Americana, hablar de Rusia es referirse al mayor rival del siglo XX. Estados Unidos y Rusia fueron los países protagonistas de la sociedad internacional en la Guerra Fría. Moscú y Washington han sido siempre rivales, y aunque afirmarlo no significa que nos encontremos frente a un nuevo mundo bipolar, lo cierto que ambos Estados han mantenido una rivalidad inscrita en el imaginario social de su historia nacional. Solamente pensar que Donald Trump haya mantenido contactos con los rusos, para los estadounidenses resultaría una completa desilusión que francamente cuesta suponer. Hay algo fundamental que los gringos no perdonan a sus presidentes: la mentira. Varios jefes de Estado en la historia de EE.UU. han sucumbido por decir lo que no es verdad o por negarse a reconocerla, como le pasó al presidente Richard Nixon con el sonado caso Watergate en 1974.