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Nos golpea y muy fuerte el incendio en Larcomar. A menos de 24 horas otro en Surquillo. Nos traen a la mente la tragedia de los quemados, una palabra que duele. Ver a las víctimas espanta, preferimos no mirarlas. Las quemaduras son un adelanto del infierno, no dejan víctima indemne. El que no muere queda con secuelas de horror en el cuerpo y en el alma. Son para filmes negros y nadie quiere siquiera imaginar ese tormento. Existen pero no existen. Les suceden a otros no a nosotros.

Una evasión sicológica que es un paso para la poca responsabilidad, individual y colectiva. No es insensibilidad aunque es cierto que preferimos mirar a otro lado. No pensamos que podemos evitar que más personas sean afectadas si sabemos prevenir o tratarlas inmediatamente.

Jugar con fuego puede ser un deporte que practican niños y hasta adultos cuando quieren probar el punto en que pueden soportar el daño, el dolor, el peligro, la transgresión. La atracción por el riesgo existe. Accidentes graves y menos graves suponen inmadurez e infantilismo social.

La tristeza es inmensa por los incendios y sus víctimas: Mesa Redonda, Utopía, El Agustino, Larcomar etc., etc. Pero no es suficiente. También están los dramas cotidianos en los hogares, aquellos que se ensañan con los niños y con los más pobres. Y en los centros laborales.

SE PUEDE PREVENIR grita la Sociedad Peruana de Prevención de Quemaduras que con este lema lanzará este 14 de diciembre una Gran Campaña Nacional de Prevención de Quemaduras. Nunca antes hecha a pesar de la urgencia de romper el escapismo, de adelantarse a los pavorosos accidentes por fuego o electricidad u otros agentes térmicos.

Tan generosa iniciativa merece el apoyo de todos, instituciones, empresas, personas. El número de quemados crece. El drama hay que mirarlo de frente. 

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