A ojos cerrados, la televisión que hizo Genaro Delgado Parker, el popular “Papaúpa”, es superior a la parrilla que la mayoría de canales, incluido Panamericana (que ya no es Panamericana), ofrece hoy a los telespectadores.
Y este comentario inicial no tiene nada que ver con la expresión coloquial “no hay muerto malo”, que revive cuando una persona parte al más allá y aflora la tendencia de realzar su tránsito terrenal. No. Y les voy a explicar el leitmotiv.
Genaro fue gestor, por ejemplo, de Risas y Salsa, y mantuvo, por largos años, a Augusto Ferrando con su Trampolín a la fama. Con todos los reparos técnicos y de escenografía, que además tienen que ver con la época, ¿alguien podría asegurar que estos programas eran más nocivos que los espacios de humor y los reality de ahora?
Estamos seguros de que muchos preferirán a Ferrando con su “al que me traiga…”, secuencia que entremezclaba hambre y sonrisas, que a los guerreritos y sus barbaridades, que, salvo contadísimas excepciones, canjean anabólicos por neuronas y, encima, juegan con el amor -o el amor armado- como pívot a la fama.
Y si de noticieros se trata, 24 horas rompió esquemas con el irremplazable Humberto Martínez Morosini. Una mueca suya era un perfecto editorial. Por estos días, los noticieros se matan por llegar primeros a la sangre y estamparla en la pantalla. Y están en su derecho.
No faltarán quienes reclamen que lo que hizo el broadcaster con la mano izquierda lo borró con la derecha al profesar la política del “cabeceo” a sus trabajadores y, finalmente, conchabarse con Vladimiro Montesinos. Y no les faltará razón.