Tal como rezaba el pomposo titular de un diario deportivo con fatídico ánimo premonitorio, el último jueves Universitario no solo dio muestras de sus propias carencias, sino que además nos llevó a pensar en nuestro fútbol ante los ojos del mundo. Luego del triunfo alcanzado en Paraguay por los cremas ante Capiatá, un exceso de confianza invadió el imaginario popular. Es verdad que pensar en una remontada por parte del equipo guaraní se tornaba desfasado, pero nada justifica el triunfalismo, menos cuando se da en estas tierras.

No sé de dónde sacamos esa capacidad para sentirnos grandes con pequeños e inciertos triunfos. Convertimos victorias mínimas en epopeyas cargadas de gloria y cuando, días después, nos pintan la cara, no sabemos dónde enterrar la cabeza. Es tal vez esa necesidad milenaria de reivindicación, esa premura por recuperar una grandeza que jamás ostentamos. Hacemos de nuestras pocas luces de esperanza un dechado de virtudes que jamás existieron.

Se vanaglorió a la “U” de una manera tan desproporcionada por vencer a un modesto equipo paraguayo con tanta intensidad como se le destruye por caer goleado ante el mismo equipo. Eso somos: la predisposición recurrente para creernos dioses y sentirnos miserables en un mínimo lapso de tiempo con una facilidad impactante.

Y así, si todo transcurre de acuerdo con el debido proceso, vendrá el inevitable pedido de cabezas, empezando por Roberto Chale, a quien días atrás se catalogó como un estratega de primer nivel y ahora se critica su presencia, se habla de que nunca se le debió renovar el contrato y se le responsabiliza de todos los males de este equipo. Vamos, responsabilidad tiene, y mucha, pero no es tan sencillo como eso. Las teclas dotan a algunos de un poder que no saben manejar y, más allá de que el pedido de la cabeza de todo el comando técnico sea o no justificado, lo que llama la atención es la irresponsable manera en que la gente puede cambiar de opinión.

Muchos también se animan a hablar de la decadencia del fútbol peruano, de nuestro nivel deplorable y, si se quiere ser profundo, es eso lo que toca hacer. Sin embargo, el discurso de nuestro pobre nivel se termina diluyendo sin mucho trabajo. Es más, hoy se juega el primer clásico del año y si a Universitario se le ocurre ganar, el tema quedará zanjado. Somos domésticos, gozamos con nuestra gloria limitada, con nuestras pequeñas victorias.

Ya pronto algún bochornoso acontecimiento nos volverá a estrellar la realidad contra el rostro, solo por algún tiempo, por supuesto.