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Hace más de un año Ricardo Belmont reapareció en las redes sociales, video de por medio en YouTube, para contar a sus seguidores la razón de su alejamiento de la gerencia y dirección de RBC Televisión, el canal de “accionariado difundido” que él fundó con la generosa ayuda económica de ilusionados ciudadanos que apostaron por el proyecto con la esperanza de recuperar lo invertido, tal como se les había prometido. En el referido video, sin medias tintas, “el Hermanón” contó que sus hijos mayores, ante un anticipo de herencia -que debía hacerse efectivo cuando él falleciera- lo habían despojado del canal de una forma artera. Se mostró dolido, pero a la vez admitió que pese a todo lo sucedido, no dejará de amar a quienes le dieron una puñalada por la espalda. Tras contar más detalles de su drama, anunció al final que se estaba preparando para volver a postular a la alcaldía de Lima con su movimiento Obras, decisión que finalmente concretó. No con su partido, por no haber alcanzado las firmas requeridas en el plazo respectivo por el organismo electoral, sino con el partido Perú Libertario. Y eso es lo que ha sucedido. El 2018 tiene nuevamente a Ricardo Belmont Cassinelli en las contiendas municipales, en un expectante segundo lugar buscando repetir el plato por Lima tras un primer periodo 1990-1995. Hasta allí todo bien. Está en todo su derecho de pretender volver a administrar la ciudad, gestión que para unos fue exitosa y para otros un desastre. Así funciona la democracia, esas son las reglas, todo lo decidirán las urnas, los electores, aquellos que merecen políticos serios, honestos, que jueguen limpio y nos hablen claro. Y allí sí Belmont se equivoca, porque con el pretexto de mostrar la imagen de un candidato preocupado por los problemas de la ciudad -lo que debería ser su bandera-, apeló a lo más elemental que tenemos los seres humanos: el miedo al otro, al foráneo, al diferente, al que nos puede quitar el pan, el trabajo, la familia. Aprovechó un drama que duele, como la migración, el desarraigo de miles de venezolanos que están llegando al Perú, para volver a ser “el Hermanón” que dice las cosas que otros no quieren, pero que despierta una de las taras más tristes y que laceran: la xenofobia. Mañana se le ocurrirá otro disparate para satisfacer a la platea, y lo peor es que encontrará aplauso. La ciudad merece mejor suerte. Hay mucho por mejorar, pero primero deberían cambiar los corazones de muchos de los que pretenden dirigirla. Esa es la clave.

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