Aunque pensáramos muy distinto y a pesar de su controvertido origen, le daba el beneficio de la duda al gobierno de Pedro Castillo. Al fin y al cabo, las cosas se ven distintas desde el gobierno. Y se aprende. Lamentablemente, los hechos recurrentes en que el Presidente ha venido incurriendo semana a semana en los menos de cuatro meses en el cargo, me convencen de que la calabaza no se convertirá en carruaje ni con magia ni con los efectos especiales que la izquierda piloteada por su socia Verónika Mendoza pretende confundirnos.
Castillo ratificó así, en los hechos, lo que asomaba evidente en la campaña: su total improvisación, su falta de preparación para el cargo aspirado y – lo que en sí mismo, es hasta inmoral – su absoluta irresponsabilidad de pretender presidir un país como el Perú, sometiéndolo no sólo al ridículo internacional, sino a riesgos inminentes para los que no estuvo jamás preparado para afrontar.
Por si fuera poco, el profesor Castillo le presta más atención a su look – cuidándose que el sombrero siempre esté en la foto – que al cumplimiento de las leyes. No hay semana en que no aparezca algún funcionario suyo implicado en casos de índole dolosa. Y por si esto no bastara, él personalmente ha tomado decisiones que denotan sus formas patrimonialistas de gobernar, sin distinguir lo privado de lo público, como cuando dispone la logística pública para sus invitados no-oficiales como Evo Morales o para armar una fiesta familiar. O cuando pretende “promover” a militares amigos, aunque le cueste la inmolación de un ministro.
Si a esto le sumamos su evidente frágil poder dentro de su partido, su prácticamente nula capacidad de convocatoria de cuadros de nivel para hacer gobierno, su anuencia a una política económica populista y su terca apuesta ideológica por destruir la Constitución vigente, estamos ante alguien que ya no es parte de la solución, sino parte fundamental del problema, la vacancia encontró pista para alzar vuelo.