Leo a diario a gente que habla de la vacancia. La palabra está incluso en boca, o mejor dicho, en el teclado de ciertos políticos y opinólogos que publican a diario en las redes sociales. Y si no lo mencionan, dan a entender que el problema de Pedro Castillo solo se resuelve con su salida de Palacio de Gobierno. O sea, nos queda la vacancia o la vacancia. Hasta quienes otrora eran un dechado de cautela democrática ahora insinúan la precipitación cada vez que Castillo se manda con una torpeza o mala decisión, que suele ser frecuente, es cierto.
(Ayer, por ejemplo, como era de preverse, el dólar sufrió un nuevo aumento gracias a las declaraciones de Castillo sobre la posible nacionalización o estatización del gas de Camisea)
Estamos crispados, todo el tiempo. Y la ostensible falta de pericia de Castillo en cuestiones de gobierno nos pone a todos alterados. Se entiende. Pero ¿aquellos que solo ven la vacancia como la única y pronta salida son conscientes de que las consecuencias de esa medida son impredecibles y quizás más enrevesadas de lo que imaginan? ¿Se han dado cuenta que el centro y sur del país anda dormido hasta ahora? ¿Piensan acaso que una vacancia en el contexto actual abriría las puertas a la moderación de las fuerzas políticas y su aplauso estentóreo? Más allá de ciertos sectores de Lima y otros del norte peruano, ¿de verdad consideran que saldrán a agradecer el golpetazo?
Y no, no es que Castillo tenga una multitud que lo abrace, pero una vacancia en estas condiciones podría llevarlo al escenario de la victimización y convertir a los impulsores de su destitución en victimarios, en victimarios “clasistas” y “racistas” que no toleraron que un campesino llegue el poder. Porque así lo verán también. Y así lo venderán.
Así que cabeza fría, relajante muscular y más ejercicio democrático diario. No empeoremos todo, que aún se puede tocar más fondo.