En esta historia de Milagros todavía es muy pronto para emitir un correcto juicio, cada quien está contando su versión en cómodas cuotas, y acomodándolas sobre la marcha según el resto de protagonistas suelta un dato nuevo. Aún después de la extensa carta y de la entrevista en Latina, mucho ruido y un solo hecho fatal: Enviarle dinero a un prófugo. Por lo demás, exceso de conjeturas, algunas de muy mala leche, sobre todo distracciones para alejar a la opinión pública del foco de la corrupción de este gobierno (Honestidad es la diferencia).

Lo que comienza mal termina mal. Esta perogrullada debería ser punto de partida de cualquier iniciativa periodística. El comienzo de un trabajo noticioso se inicia poniendo a prueba la capacidad del profesional para captar la realidad, para acercarse a ella evitando todas las distorsiones posibles. Colocar un objeto muy cerca de los ojos lo deforma tanto como lo vuelve imperceptible y sin detalles mirarlo desde demasiado lejos. Calza a la perfección aquel desgastado refrán que dice que la vela no debe estar ni tan cerca del santo que lo queme, ni tan lejos que no lo alumbre. La vela de doña Milagros. Le puedes echar sencillo al santo, pero si le metes 30 mil dólares en la alcancía, vas a tener que dar explicaciones.

Qué importante es situarse en la distancia correcta, que no es exacta, que se mueve, sin cinta métrica para ubicar el punto desde donde uno debe establecer la relación con sus fuentes. La distancia profesional puede ser como la que utiliza un cirujano, que manipula con sensibilidad las entrañas de su paciente, pero puede salir al pasillo a comerse un sándwich sin vomitar. Sin involucrarse al extremo de perder la perspectiva del instrumento mediador, la tentación del protagonismo. Modestia y humildad al final de cuentas. Maldita la frasecita esa del “cuarto poder” que tanto ha alentado la soberbia y vanidad de los tentados porque aquí, en esta casa del jabonero el que no cae, resbala.