No van a encontrar en esta columna una idealización de las tristes jornadas de protesta que acaecieron la semana que pasó y que ocasionaron muertes y la segunda crisis política más grave del nuevo milenio. Lo que van a encontrar es la verdad, o la mía, si fuera el caso, muy distante del coro unísono que no acepta discrepancias y que se encasilla en la cómoda ruta de lo políticamente correcto. La primera verdad es que el motivo principal de las marchas partían de un análisis errado. El Congreso no complotó contra Vizcarra y Manuel Merino de Lama no fue el gestor de un sabotaje. La mañana del lunes, el entonces presidente del Congreso le dijo al propio Francisco Sagasti que los votos para la vacancia no se alcanzarían. Es decir, no hubo la premeditación que sí encarnó César Villanueva bajo la tutela de Vizcarra para tumbarse a PPK. Lo que gatilló la vacancia fue el discurso confrontacional y soberbio del presidente, a lo que se sumó sus oscuros vínculos con la corrupción, pero todo en un escenario imprevisible. Una segunda verdad es que no hubo golpe de Estado (ya lo he explicado en una columna anterior) y una tercera es que muchas de las marchas fueron pacíficas pero otras fueron extremadamente violentas, con ataques indiscriminados a la Policía, con bombardas y artefactos explosivos que buscaban provocar un desenlace con muertos. El rechazo popular a las decisiones políticas también deberían ser parte de un análisis que me lleva a una nueva verdad. Este Congreso es impresentable, pero es el resultado del voto popular, incluso del de los jóvenes que marcharon. ¿Cuántos de estos jóvenes no fueron los que a través de una campaña de redes, irresponsablemente, le dieron una inusitada representación al Frepap? Termino con un concepto adicional: No he visto a nadie marchar contra la corrupción de Vizcarra. ¿Eso no les indignó a los “jóvenes”? Un presidente coimero y que engañó a una población pobre y con grandes carencias como Moquegua ¿normal nomás? Parafraseando a San Agustín de Hipona recordaré finalmente que decir lo correcto es correcto aunque nadie lo haga y lo incorrecto es incorrecto incluso si todos lo defienden. Es mi verdad.

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