GF Default - Imported ANS Video id=8fad72e5-655c-428e-943a-9ce73bbf09d3
GF Default - Imported ANS Video id=8fad72e5-655c-428e-943a-9ce73bbf09d3

Una de las paradojas señaladas de la guerra comercial entre Estados Unidos y China es que pareciera que la defensa del libre comercio viene de la izquierda. Interesante, aunque no puede decirse que China practique el libre comercio. Pero al margen de esta observación, estamos frente a una disputa de repercusiones insospechadas entre dos pesos pesados guiados por personalidades dominantes dispuestas a llevar las cosas al límite antes de mostrar debilidad ante los suyos.

A estas alturas ya es aceptado que el proteccionismo es insostenible y que a la larga es perjudicial para aquellos a los que supuestamente se quiere proteger. Y en el caso de los estadounidenses, el problema es todavía más elocuente porque compran mucho más que lo que venden y solo su déficit comercial con China es dos tercios del total de su déficit con el mundo: 621 mil millones de dólares. Pero eso no impide que Donald Trump suba la apuesta por doblegar a los chinos y amenace con más antes de que le pasen factura las repercusiones internas (subsidio de 16 mil millones a agricultores) o el incremento de precios justo cuando los demócratas empiezan a calentar las próximas elecciones.

La disputa tiene un importante frente tecnológico y de seguridad en las sanciones contra Huawei, pero es claro que a Trump no le preocupa tanto la empresa como lo que significa en términos generales el crecimiento chino en el sector telecomunicaciones y apuesta por que el gobierno chino no está dispuesto a retrasar su ascenso como primer proveedor de tecnología del mundo, y a que para ello aún depende demasiado de EE.UU. y a que las pérdidas se traducirían luego en un costo enorme en reactivación económica siempre desde el Estado.

Como en toda guerra, la ventaja es para el que pueda soportar más pérdidas durante más tiempo. No está claro aún a cuál de los dos le dará la billetera, aunque Xi ha advertido que podrían llegar “tiempos complicados”. Lo que sí está claro es que mientras más demore en bajar la tensión, más complicadas serán las consecuencias para países como el nuestro con la baja de precios de minerales, una retracción de la inversión y la eventual reducción del crecimiento de la economía mundial.