“Querer es poder”, reza un antiguo refrán que todos hemos oído o pronunciado alguna vez. Santiago Ramon y Cajal, médico y científico español, padre de la neurociencia, señalaba que hay algo en nosotros verdaderamente divino: la voluntad. Por ella, afirmamos la personalidad, templamos el carácter, desafiamos la adversidad, reconstruimos el cerebro y nos superamos diariamente. Los seres humanos poseemos inteligencia, capacidad de expresarnos a través del lenguaje, espiritualidad, poseemos afectividad y, sobre todo, voluntad; sin embargo, no manejamos todas las variables de la vida diaria y la “voluntad” se traduce entonces como una fuerza enorme que nos empuja internamente a intentar, una y otra vez, lograr nuestros fines con mucha intensidad.
La inteligencia y la voluntad, como cualidades humanas, son distintas entre sí. Mientras la inteligencia se define como la capacidad intelectual y desarrollo cognitivo de la persona, la voluntad implica una capacidad individual arrolladora para orientar nuestras acciones hacia un objetivo específico, por lo que resultaría más importante el “querer” que el solo “poder”. Hoy en día, se considera que la voluntad es un rasgo más importante aún que la inteligencia. Es decir, la inteligencia sola no basta para lograr los fines que el ser humano se trace o pretenda alcanzar. Hay que desear hacer las cosas, hay que auto motivarse y encaminarse a pesar de los fracasos, para intentar una y otra vez, alcanzar las metas previstas. La motivación nos inspira y nos ayuda a formar hábitos, a movernos, a luchar. La comunicación interpersonal, la convivencia ordinaria, la inteligencia y la voluntad de conjugarlas, juegan un papel clave en el pensamiento y en las atribuciones de las personas, que nos permiten modular nuestra vida, emprender y lograr lo que nos propongamos.
Por ello, la persona realmente inteligente es aquella que modula su propia voluntad para alcanzar el equilibrio y llegar a ser una mejor persona. La mente por sí misma, no logra nada; la voluntad sola no se puede canalizar si no hay un objetivo; el sentimiento sin ambos, es pura energía que puede desperdiciarse. “Querer es poder” implica, entonces, un juego de inteligencia y voluntad que se soporta en la estrategia de la decisión y la acción.