Se dice que las cárceles son escuelas para los maleantes. Que de dicho recinto penitenciario salen con más maña que la que tenían cuando ingresaron. Que la resocialización de los reos es un cuento. Todos tienen razón. El Estado poco ha hecho para que el estar encerrado en una prisión sea más una lección de vida que un aprendizaje canero. Entonces, ¿tiene la solución nuestro sistema penitenciario? Por ahora no.

Conversaba con un amigo miembro de una diócesis y me mencionaba sobre los excesos en un penal norteño, que darle más de 10 años de cárcel a una persona es un acto inhumano, que dar penas más extensas no garantizan que el preso salga rehabilitado, sino que aprenda de lo peor del hampa. Y le pregunto si menos años logra en un reo hacerle cambiar de visión.

Estoy convencido de que gente inescrupulosa, como un padre violador de sus propios hijos, no cambia con un tratamiento psicológico, menos con años de prisión. Que me disculpen los profesionales de la psicología -tampo-co soy experto en esta materia-, pero creo en la acumulación de penas tal como el gobierno lo propuso en campaña.

Sin embargo, aquí en el norte del país, las cárceles más conocidas han sido oficinas de extorsionadores, despachos de sicarios delivery, departamentos online para el envío de droga y lugares idóneos para planificar atracos. Por eso, por ahora, más años solo soluciona en parte el problema de la rehabilitación de presos.

En mi opinión, la acumulación de las penas -que algunos penalistas dicen que sí existe, pero que los jueces no la aplican- debe ir acompañada de un trabajo interno en los centros penitenciarios para poder cambiar a un mayor porcentaje de gente. No todos pensarán diferente en el encierro, pero si reducimos la cifra negativa, podemos empezar a creer que el sistema penitenciario comienza a funcionar.

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