Declaraciones, opiniones, ensayos, etc., por medios escritos, televisivos, videos, y en general por las redes sociales, al por mayor y al menudeo y de todo calibre, sobre las causas, características y consecuencias por el COVID - 19, son las que se imponen en el mundo.

Unas son útiles, raciones, sensatas y ponderadas, y otras, incompletas, desinformadas, alarmistas, tendenciosas y hasta malévolas. Ante ello seamos selectivos discriminando lo que nos llega para nuestra propia salud física, psíquica, moral e intelectual. Sobre las deliberadamente malintencionadas no me voy a referir.

Con solo ignorarlas, sus autores percibirán nuestro desdén; en cambio, hay otras que son producto de la imaginación, que no teniendo límites porque su autor o autores han ingresado en la etapa de la elucubración, es decir, en el círculo de la imaginación desproporcionada e incoherente -no necesariamente de mala fe como las malévolas-, que pierde el completo sentido de la realidad produciendo en los receptores ansiedad, preocupación y estrés, y en algunos otros gobernados por el drama, hasta el dilema de si vale la pena o no seguir viviendo.

Por ejemplo, aquella que dice que el coronavirus es un castigo divino y otra más febril aún, que asegura que el fin del mundo está muy cerca y que, en consecuencia, vivimos los últimos tiempos de la humanidad. Como creyente que soy y que temo a Dios, no creo que Dios desee la muerte del hombre -ya son más de 18 mil en todo el planeta en lo que va de la pandemia-, y menos que el fin de nuestra existencia este muy cerca.

Nadie sabe cuándo ni cómo será ese momento. Mi fe me mueve a sostener que eso sucederá, inexorablemente, pero eso es distinto a asegurar, como se viene haciendo, de que nos hallamos a poco de desaparecer del globo. También corren por las redes otras menos religiosas y más políticas. Como aquella que asegura que la pandemia es parte de una guerra bacteriológica provocada por EE.UU. contra China, principalmente, para frenar su rápido ascenso planetario. Nadie se dispara a los pies.

La Casa Blanca dispuso cuarentena y el Covid-19 ya está en 50 Estados, registrando casi 500 muertos y más de 36,000 infectados; y en Europa -leamos la OTAN, aliados de Washington- el coronavirus está arrasando.